miércoles, 13 de enero de 2010

TERCIOPELO NEGRO

En las noches claras de luna en el lago Puelo,
en que su espejo helado refleja las estrellas,
Laura, pálida flor, se desliza por la arena
con ojos que en instantes eleva al cielo.

Cual luceros contemplándose en más luceros,
esmeraldas que alumbran sus pesares fríos,
encantos angelicales como las voces de los niños,
iluminan delirantes sus paseos en el firmamento.

El día que su cuerpo traicionado por designios
segó su voz en el silencio para siempre,
su ánima, fresca brisa que envuelve los alerces
evoca anhelos, como el polen veraniego de los lirios.

Sus encantos, sus olores, sus terrenales y rebeldes oídos,
su blonda cabellera subversiva y pálida tez de tercipelo,
hoy veladas a los mortales sin la lira de los sueños,
duermevelas convulsos que aletargan los sentidos.

Más allá, descendiendo de los circos montanos,
el viento en ráfagas corta como mil cuchillos,
golpeando las corolas, latentes de los olivillos
que rememoran a Laura, que los cogía con sus manos.

Laura, nombre de laureles y victorias; Laura.
Y habrá alguien que en noches estrelladas mire al infinito
y su llanto lo doble cuando él, solito
con sus ojos, acuosos de pena eterna, vean nacer el aura.

Y es que una errante flor que vuela, en su hombro se posó,
y la brisa rumorosa y vaga que le contaba de sus penas,
se cuela entre las ramas y las rocas en las noches serenas
y susurra a aquel hombre que en su amor su alma entregó.

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